Un niño entró en una tienda de mascotas, buscando un perrito. El dueño de la tienda le mostró una camada de perritos en una caja. El niño miró los perritos. Levantó a cada uno de los perritos, los examinó, y los puso de nuevo en la caja.
Después de unos minutos, caminó hacia donde estaba el dueño y le dijo: “Ya escogí uno” ¿Cuánto vale?
El hombre le dijo el precio, y el niño prometió volver en unos días con el dinero. “No te tardes mucho”, le advitió el dueño, “los perritos como esos se venden rápido”.
El niño se volvió y con una sonrisa inteligente le dijo: “No estoy preocupado, el mío estará aquí”.
Si uno sostiene en una mano un trozo de arcilla verde oscuro y en la otra un trozo de arcilla verde claro, se puede identificar enseguida los dos matices de color. No obstante, si uno amasa ambos trozos juntos hasta que queden bien mezclados, se verá un trozo de arcilla verde… al menos a simple vista. Al observarlo con atención, se logran percibir trazas de arcilla verde oscuro y claro, pero ya no es posible volver a separarla en dos masas de color diferente.
Esa es una imagen de lo que significa que un esposo y su esposa se conviertan en una carne: el amor une a la pareja, en especial cuando amalgaman algunas de sus diferencias y desarrollan una vida de objetivos, actividades y relaciones en común.
A principio de la temporada de baloncesto de 1989, Michigan se enfrentó a Wisconsin. Faltando segundos en el último cuarto de hora, Rumeal Robinson de Michigan se vio en la línea de penalidad.
Su equipo estaba rezagado por un punto y él sabía que si podía anotar ambos tiros libres, Michigan ganaría.
Tristemente, Rumeal falló ambos tiros.
Wisconsin perdió frente al preferido Michigan y Rumeal fue a su vestidor sintiéndose aplastado y avergonzado.
Sin embargo, su desánimo lo estimuló a tomar acción y motivó su determinación.
Decidió que al final de cada práctica por el resto de la temporada, tiraría cien tiros libres extras al canasto. ¡Y lo logró!
Cierta vez un hombre visitó a su consejero y le relató su problema.
- “Soy un sastre. Con los años gané una excelente reputación por mi experiencia y alta calidad de mi trabajo. Todos los nobles de los alrededores me encargan sus trajes y los vestidos de sus esposas. Hace unos meses, recibí el encargo más importante de mi vida.
El príncipe en persona escuchó de mí y me solicitó que le cosiera un ropaje con la seda más fina que es posible conseguir en el país. Puse los mejores materiales e hice mi mejor esfuerzo. Quería demostrar mi arte, y que este trabajo me abriera las puertas a una vida de éxito y opulencia.
Pero cuando le presenté la prenda terminada, comenzó a gritar e insultarme:
- ¿Esto es lo mejor que puedes hacer? ¡Es una atrocidad! ¿Quién te enseñó a coser?